Para LA NACION
Leandro Comba, Andrés Sobrino y Max Gómez Canle usan recursos muy distintos para abordar nuestra época con espíritu crítico
Al fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo del arte estaba perplejo. La conmoción vivida había puesto al descubierto que el arte era incapaz de dialogar con el nuevo mundo que surgía de las ruinas. Los movimientos artísticos que aparecieron entonces -desde el informalismo al expresionismo abstracto- fueron esencialmente destructores. Gracias a su trabajo, sin embargo, fue posible el surgimiento de las vanguardias de los 60, que serían las que inventarían el lenguaje artístico contemporáneo.
Sin dejar de inspirarse en la tradición, los artistas actuales elaboran sus obras a partir de la transformación mental que provocó la revolución estética sesentista. Desde entonces, el arte no está en el soporte (ni en los tradicionales ni en los tecnológicos), sino en el espíritu crítico, que pone en escena la tragicomedia del sinsentido del mundo. Las obras de Leandro Comba (1967), Andrés Sobrino (1967) y Max Gómez Canle (1972) muestran tres formas, radicalmente diversas, de llevar hasta el límite el desafío de hablar de nuestra época.
La propuesta estética de Leandro Comba adquirió visibilidad a partir de su participación en la beca Centro Cultural Rojas/Kuitca. El año pasado expuso en Palatina, curado por Rosa Manquillán, y en el mes pasado mostró en el Recoleta. La obra de Comba (arquitecto de formación) hace honor al pensamiento de Ludwig Mies van der Rohe: "Menos es más." En su última muestra es visible la impronta del diseño escandinavo de los 60. Sobre planchas de melamina simil madera dispone líneas blancas, que, a veces, trazan representaciones figurativas y, otras, directamente apuestan al ritmo abstracto. Su poética visual es contundente: con casi nada permite soñar con casi todo.
El proyecto estético de Andrés Sobrino es, a la vez, de una contundencia demoledora y de una monomaníaca austeridad. Habla con colores. Crea alfabetos luminosos en los que el sentido se pierde y se regenera. Construye banderas que son incapaces de articular el lenguaje guerrero de cualquier patria: señalan ese mundo utópico en el que la violencia ha sido desterrada.
Su muestra actual es, además, una puesta en escena en el espacio de sus signos estéticos. Colores, materiales y contenidos lingüísticos han salido del marco del cuadro y se han esparcido por la sala: "Se han fugado al mundo." Abierto a las significaciones, el lenguaje de Sobrino es, sin embargo, silencioso. Calla para recitar mejor el mantra que ilumina el mundo.
Pintura después de la historia de la pintura, la obra de Max Gómez Canle mezcla sabiamente los temas y colores del Renacimiento, las formas de las naturalezas muertas de los holandeses del siglo XVII y las propuestas de los concretistas argentinos. Sus cuadros representan ese momento fugaz en el que la visión surge o se desvanece. Hay un clima onírico y melancólico en estas obras: es el duelo por lo que el arte ya no puede ser, pero que sería bello que todavía fuera. Hay algo infantil y trágico en sus cuadros: el deseo de ver lo que el mundo no es, pero que sería hermoso que fuera.
(Andrés Sobrino y Max Gómez Canle en Braga Menéndez, Humboldt 1574, hasta el 28 de julio)
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